En los capítulos iniciales de esta teoría, he hecho alusión a dos conceptos de gran trascendencia. Ellos son la inmutabilidad total o casi total de las tendencias innatas que caracterizarán a las personas durante su vida, una vez que ellas se han establecido, y el otro es la extrema variabilidad en la intensidad que cada tendencia puede tener si comparamos unas personas con otras.
Debemos acotar lo que entendemos por tendencias innatas, diferenciándolas de los instintos básicos de supervivencia, que provocan respuestas primarias más simples, y que son más o menos similares en todas las personas.
Las tendencias a que nos referimos son aquellas inclinaciones o rechazos que las personas sienten ante cualquier estímulo, las cuales pueden tener rasgos discriminatorios bastante finos. Ellas son las mencionadas en el capítulo cuarto, de mayo de 2008, donde aparecen entre otras: la tendencia a ejercer la violencia y/o a la amenaza para obtener determinados resultados, efectos o beneficios, la tendencia a usar el engaño y/o la simulación, la tendencia a obtener y detentar gran poder y capacidad de dominio sobre los demás, la tendencia a poseer grandes riquezas, en territorios, en especies, y en dinero, la tendencia más o menos preferente y más o menos excluyente a la heterosexualidad, a la bisexualidad, a la homosexualidad, (entre las inclinaciones sexuales más prevalentes), la tendencia a la religiosidad, etc.etc., para mencionar sólo algunos ejemplos.
Lo notable es que salvo casos muy excepcionales, a veces marcados por eventos catastróficos o muy traumáticos, en general las personas mantienen su naturaleza propia, su “forma de ser y de sentir” bastante invariable durante toda la vida, o sea, la configuración de estas tendencias acompaña a cada persona por mucho tiempo sin experimentar cambios fundamentales.
Hemos dicho también que estas tendencias no son materia de libre elección por parte de cada persona, pues provienen del cerebro primario y son “sentidas o experimentadas” tal como vienen, y juegan un papel muy importante en la toma de decisiones de conducta.
Muchas personas creen estar “decidiendo libremente” cuando siguen sus tendencias, y se sienten sojuzgadas cuando se las estimula o presiona para que cambien su proceder. Desde este punto de vista aparece la paradoja de que la persona sería más libre y más racional cuando decide en contra de lo que “realmente quiere en ese momento”.
También hemos dicho que la instalación de tendencias en el cerebro primario de los seres humanos se produce no en forma cualitativa sino en forma cuantitativa. Dicho en otras palabras, no es que las personas puedan tener algunas tendencias pero no otras, sino que todas están siempre presentes, pero con intensidades variables, que pueden ir desde un mínimo hasta un máximo.
Con todos los elementos previamente caracterizados, podríamos decir que cada persona tiene un perfil propio y único en cuanto a la intensidad de cada una de sus tendencias,o sea, su propio Perfil Espectral de Tendencias.
Así, al analizar y distrbuir a las personas según su perfil, dado que existirán todas las combinaciones posibles, distribuídos estadísticamente, habrán perfiles parecidos, perfiles muy opuestos, o perfiles en que no pueda hacerse comparaciones o diferenciaciones con facilidad.
Como hemos dicho antes, está en este perfil, propio de cada persona, el origen fundamental de sus gustos y opiniones verdaderas (que no siempre se confiesan o declaran públicamente), y también, por lo tanto, el origen de sus vocaciones. Por ello reside allí la clave para que las personas puedan sentirse más o menos realizadas en sus vidas, al confrontar sus logros con aquellos objetivos innatos que les son más preciados.
Cuando y cómo se establecen estas tendencias en cada persona?
En el capítulo 2 sostengo que “es como que cada uno de nosotros naciera con un filtro que le hace percibir y analizar la realidad de un modo particular, distinto e imposible de comparar con el de los demás”. Este “filtro” a que aludo allí está constituído por el conjunto de tendencias que caracterizan a cada persona, y que condicionan como vemos y “apreciamos” cada cosa, cada situación, cada persona con la que tomamos contacto, entre los variados estímulos que pueden afectarnos.
De la evidencia científica actualmente disponible sobre el origen y determinación de estas tendencias, no es mucho lo que puede afirmarse con total seguridad.
Se sabe que tanto la información genética que trae cada nuevo ser humano, así como los mecanismos epigenéticos que regulan la expresión de esos genes, participan en la embriogénesis y diferenciación celular, en la conformación de órganos y estructuras del nuevo ser, y también en la conformación más fina de los circuitos neurales. Sin embargo, en esta última parte, comienzan también a intervenir estímulos provenientes del medio externo, a través de los sentidos, durante los primeros años de vida de la persona.
Existe probablemente, aparte de lo anterior, algunas expresiones genéticas acotadas que podrían producirse por combinaciones más o menos azarosas de todos los factores antes mencionados, siendo ello muy conveniente desde el punto de vista de la necesaria variabilidad de la expresión genética, indispensable para la concreción de los mecanismos de selección natural que permiten la evolución de las especies.
Con todo, aún sin poder precisar hasta el momento la participación exacta de cada factor en la generación de las tendencias en el cerebro primario de cada persona, sí podemos sostener que ello se va produciendo en lo fundamental desde el período fetal hasta el cuarto o quinto año de vida, y al establecerse, estas tendencias constituyen fuertes condicionantes de conducta que han llegado para quedarse.
Cuánto del resultado final venía predeterminado genéticamente, y cuanto y cómo se “va determinando por el camino” es una pregunta que aún deberá esperar algún tiempo para poder ser respondida con bases científicas suficientemente sólidas.
Sin embargo, el avance del conocimiento es incontenible, por lo que más temprano que tarde, dispondremos de nuevas luces para poder seguir hurgando en estos fascinantes temas.
Jorge Lizama León.
Santiago, junio 2011.