“Lo que nos distingue de los animales es nuestra voluntad racional, nuestra capacidad de diferenciar y preferir el bien sobre el mal”.
“Los animales no actúan por maldad, pero el ser humano si”
Estas ideas, evidentemente antagónicas, las he leído y oído varias veces a lo largo de mi vida, y siempre me llamaron la atención.
Muchas veces me he preguntado:
Cuánto del accionar humano, su conducta, el factor último en la toma de una decisión, responde a su esfera racional, y cuánto, a su instinto animal?
El concepto de bien y mal es connatural al ser humano, y está fuertemente arraigado en todo los ámbitos del quehacer social, a través de toda nuestra historia sobre la tierra, en todas las culturas.
Los conceptos de justicia, derechos y responsabilidades, valores morales , conducta socialmente aceptada, etc, comienzan a ser inculcados a los niños desde muy temprano, con el objeto de lograr que todas las personas, idealmente, respeten y hagan respetar estas normas, por el bien de cada uno y de la sociedad en general.
Las religiones, por su parte, incorporan en sus doctrinas como conceptos de importancia primordial, las ideas del bien y del mal, la existencia de virtudes y defectos, y se esmeran por guiar a sus fieles por el camino apropiado, lejos del pecado y con la promesa de premios para quienes respeten y cumplan los mandamientos, y castigo para los otros.
Existe así todo un fundamento conceptual en las sociedades destinado a brindar un cierto orden, que se preocupa tanto de la conducta individual como colectiva del ser humano, el cual resulta necesario porque aunque “estemos naturalmente inclinados hacia el bien” muchas veces no lo practicamos.
No estamos entonces tan “naturalmente” inclinados hacia el bien?
El temor al castigo humano (tribunales de justicia y cárcel ) y al castigo divino (juicio final y distintas formas de infierno, según la religión que profesemos), son un factor importante entonces que disuade a muchas personas “tentadas” de inclinarse hacia el mal, y es un hecho reconocido que en aquellas circunstancias en que no impera la ley ni el orden, el ser humano es capaz de las mayores bajezas y atrocidades.
Aún en aquellas circunstancias en que los sistemas destinados a resguardar la ley y el orden , y a garantizar el imperio del estado de derecho, estén vigentes y en aplicación, hay un número importante de personas que opta por lo incorrecto, por lo abusivo, por la apropiación indebida de bienes o derechos ajenos, y se muestra más preocupada que su falta no sea conocida por la sociedad que de no cometer esos ilícitos, y por cierto, muy preocupados de evadir los castigos a que pueden hacerse acreedores.
Porqué existen asesinos, violadores, pedófilos, ladrones, estafadores, maridos infieles, sicópatas del volante, simuladores de éxito y riqueza, etc, entre muchos “menos inclinados” hacia el bien, la corrección y la verdad?
Qué hace que en una familia muy rica, poderosa, de gran educación e inserta en los más elevados círculos sociales, aparezca una “oveja negra”, con ideas de extrema izquierda, jugada por ideas revolucionarias que la llevan a arriesgar su propia vida en aras de sus ideales?
Porqué, en el reverso de esa medalla, nacen en estratos extremadamente pobres personas de muy escasa conciencia social, que se sienten cómodos en una sociedad en que coexisten extremas riquezas, pobrezas y desigualdad de oportunidades, y se incorporan a partidos políticos de extrema derecha y apoyan a los más poderosos grupos económicos?
Hasta la segunda mitad del siglo 20, la psiquiatría fue una especialidad médica que normalmente estudió y pretendió tratar las enfermedades y desórdenes mentales desde una perspectiva puramente psicológica y no orgánica. Aparecieron distintas escuelas psiquiátricas que se abocaron al estudio de los pacientes con distintos enfoques, al tiempo que enfrentaban el diseño de las terapias en base a criterios empíricos, para elegir tratamientos como psicoterapia, electroshock, y medicamentos de efecto calmante, depresor o estimulador, según el caso, de acuerdo a los efectos que se deseaba obtener en los pacientes.
Cada día más, desde entonces, con el advenimiento de la neuropsiquiatría, y en general, con el avance de todas las disciplinas que se dedican a la neurociencia, se ha venido reconociendo la importancia del estudio del sustrato orgánico, cerebral y sistémico, de las enfermedades mentales, dado que aparece cada vez menos creíble que pueda coexistir una mente enferma con un cerebro sano.
El conjunto de ideas expuestas precedentemente y las interrogantes planteadas, entre muchas otras que no he detallado aca, me han ido sugiriendo, cada vez con más fuerza, la necesidad de buscar una alternativa teórica más realista y racional que dé cuenta, y sea capaz, de explicarnos porqué las cosas ocurren tal y como la vida nos muestra día a día, y sea por tanto capaz de aclarar los aparentes contrasentidos que acá he expuesto .
Es mi convicción actual que no sólo las características físicas de un individuo son determinadas genéticamente, también la genética es la responsable del coeficiente intelectual alcanzable, y de las “inclinaciones” y “tendencias” que caracterizan a cada persona.
Así, la genética sería capaz de determinar no sólo la apariencia, tamaño, fuerza, resistencia a las enfermedades de una persona, sino también su mayor o menor inclinación a los valores humanos conceptuales. Sentido de justicia, responsabilidad, protección de los derechos de las personas, honestidad, temeridad, cobardía, preferencias sexuales, posicionamiento político, religioso, etc, estarían todos fundamentalmente determinados genéticamente, al tiempo que el medio ambiente tendría una influencia menos relevante.
Esta teoría tiene la virtud potencial de permitirnos llegar a comprender muchos hechos que hasta ahora no han sido explicados ni por la ciencia ni por la religión, pero al mismo tiempo debilta la tranquilizadora existencia de los conceptos de bien y mal como entidades puras e innegables en que hemos basado toda nuestra estructura valórica hasta hoy, y nuestro pretendido “libre albedrío”, concepto que hoy me aparece tan hermoso como ilusorio.
Dado el enorme avance que está experimentando el estudio del ADN, y a futuro la posibilidad cierta de la comprensión total de los mecanismos íntimos del funcionamimento cerebral, empieza a abrirse la posibilidad de que comencemos a estudiar nuestros códigos genéticos no sólo con miras a explicarnos nuestra constitución orgánica física, estudio y cura de enfermedades, etc, sino que también, podamos en algún momento, comenzar a estudiar patrones genéticos asociados a patrones cerebrales y conductuales. Las perspectivas potenciales de todo esto son aún inimaginables, pero podríamos empezar a soñar….., y a temer.
Jorge Lizama León.
Santiago, Chile, 2005