El presente capítulo constituye un primer enfoque sobre el complejo problema de la delincuencia. En él se pretende presentar en líneas gruesas los conceptos constitutivos de mi Teoría de la Conducta Humana que resultan útiles como herramientas de interpretación de los factores más básicos que participan en los procesos de toma de decisión de un ser humano que delinque. Con este enfoque no se pretende en absoluto lograr un análisis acabado y completo del tema.
Sin duda quedan pendientes variados factores de importante participación en el problema delictual, aparte de la necesaria profundización de las ideas acá presentadas. Todo ello espero que pueda ser incluído en próximos capítulos de este trabajo.
Desde siempre, la sociedad humana ha debido convivir con la delincuencia.
Ha tratado de controlar este flagelo por diversos mecanismos, desde preventivos y disuasivos, hasta represivos y punitivos, con el objeto impedir aquellos comportamientos de individuos o grupos que no respetan los derechos ajenos, individuales o colectivos.
No obstante ello, estas conductas antisociales persisten, y todo indica que persistirán, como hechos de ocurrencia natural y espontánea en un número variable de personas.
La prevalencia del accionar delictual ha sido muy variada en las distintas sociedades a través de la historia humana. Así, se han dado casos en que la delincuencia ha sido disminuída al mínimo, e incluso prácticamente eliminada, en estados totalitarios que han ejercido una represión extrema, al punto de desalentar totalmente al potencial delincuente a través del terror.
Conocemos también ejemplos de sociedades muy civilizadas, donde existe un muy bajo nivel de acción delictual sin que se requiera un estado especialmente represivo. O sea, en estos casos, prevalece una conducta respetuosa generalizada respecto del orden instituído, basada en un comportamiento voluntariamente asumido por la gran mayoría de la población.
Como contrapartida, han existido también muchos casos de casi nula civilidad, donde la barbarie y la simple ley del más fuerte han dominado sin contrapeso.
Cual es el origen del actuar abusivo, violento o irrespetuoso de toda norma de convivencia, que aparece, con mayor o menor frecuencia en determinados individuos, pero no en otros?
Con el objeto de respondernos esta interrogante, recurriremos a nuestra Teoría de la Conducta Humana, y consideraremos las tendencias que hemos definido como componentes esenciales de la influencia del cerebro primario sobre el cerebro secundario, presentes en cada ser humano.
En capítulos anteriores, y respecto de variados temas, hemos aludido con insistencia a este concepto de la influencia del cerebro primario, y las tendencias con que éste viene “preprogramado”, en proporción diferente para cada individuo, como factores muy influyentes de conducta, y que nos permitirá comprender, también, porqué hay personas que son capaces, ya sea en circunstancias excepcionales algunos, o como comportamientos habituales, otros, de realizar actos totalmente contrarios, perjudiciales y dañinos respecto de los derechos, la dignidad, y la integridad, de otras personas.
En el capítulo 4 de esta teoría se mencionan específicamente algunas de las tendencias innatas más relevantes que pueden caracterizar a los individuos, comenzando con aquella “tendencia a ejercer el engaño, la amenaza, o la violencia, para obtener determinados resultados, efectos o beneficios”.
Tal como hemos mencionado anteriormente, si queremos ahondar en el origen de las tendencias que vienen “incorporadas” en los cerebros primarios de las personas, resulta necesario remontarnos a aquellos lejanos tiempos en que la “humanidad” era incipiente, y donde la defensa y supervivencia de cada grupo humano o “tribu” era un elemento primordial para asegurar la mejor continuidad de la especie.
Desde este punto de vista, existía un “aparato protector”, que estaba constituído por aquellos integrantes de la tribu que tenían gran valor, arrojo, fuerza y destreza en la cacería y el combate. Cuanto mejores fueran en este campo los cazadores y/o guerreros, mayor era la fortaleza del grupo, especialmente si esta fuerza se combinaba con intensos sentimientos de pertenencia y lealtad a la tribu.
Para mantener siempre muy fuertes estos sentimientos de pertenencia y lealtad, era responsabilidad primordial de los jefes el asegurar que todos los integrantes tuvieran una justa participación, en cuanto a derechos y deberes, según los méritos y fortalezas de cada uno, (lo cual a su vez constituía un factor de status social y de poder), y sus conductas concretas, en su calidad de individuos “oficialmente constitutivos” del grupo. Ello era el equivalente, de lo que son en nuestro tiempo, los derechos humanos y ciudadanos de los integrantes de cualquier sociedad civilizada, que debieran defenderse y respetarse siempre, idealmente, sumados a una serie de reforzamientos cuturales destinados a enaltecer la raza, la patria, la protección del territorio, etc, según sea el caso, los cuales son poderosos motivadores de lealtad y compromiso con la nación.
En un paralelo equivalente y comparable a estos conceptos, hemos señalado también en capítulos anteriores la existencia de poderosas tendencias “protectoras” preprogramadas en los cerebros primarios, destinadas a motivar conductas de defensa en favor de cualquier integrante de la propia tribu, amenazado por elementos ajenos, fueran estos de origen ambiental, animal o humano.
En este sentido, alcanzaba un valor muy significativo, de nuevo, la percepción de pertenencia al grupo, y la relevancia de elementos como el compromiso, la lealtad y el altruismo, como haberes de muy alto valor moral y social.
Así, el impartir adecuada justicia, para cuidar que los derechos y deberes de todos los integrantes estuvieran bien cautelados ante cualquier infracción o abuso por parte de cualquiera que no respetara las normas de convivencia, era, por tanto, una responsabilidad cardinal de los jefes, y en la medida que esto se cumplía adecuadamente, se producía un ambiente de mayor cohesión y respeto de todos los integrantes respecto de sus normas de vida, entendidas por todos, pero aún no escritas, en aquellos remotos tiempos.
Vemos que se configura así un cuadro complejo de múltiples factores inter relacionados, en donde las tendencias individuales, asociadas a las colectivas, determinaban variadas conductas, muy dinámicas en su evolución de acuerdo a la variación de las circunstancias en que transcurría la “historia” de esos antepasados nuestros.
Se tendía, en base a lo anterior, a mantener el orden social en la tribu, puesto que el evitar tensiones internas hacía al grupo más fuerte frente a los peligros externos.
Si se producían circunstancias en las que esta cohesión social se debilitaba, por ejemplo, por rivalidades entre guerreros que pretendían escalar en las posiciones de poder al interior de la tribu, con la aparición de individuos caracterizados por marcadas tendencias violentas, había un claro riesgo que amenazaba ¨el orden¨ en esa tribu. Si lo anterior se asociaba a manifestaciones de debilidad en la capacidad de los jefes de mantener con firmeza su autoridad, o si estos jefes fallaban en su responsabilidad de impartir justicia apropiadamente, se podía generar una perpcepción de trato injusto por parte de algunos integrantes, lo cual podía impulsarlos, al igual que a los ambiciosos de poder mencionados antes, a protagonizar conatos de rebeldía, individuales o colectivos, más o menos organizados, en contra del orden imperante y/o de los derechos de los demás.
Si se daba el caso que estos elementos de fuerza resultaran guiados por intereses poco leales, y especialmente egoístas en cuanto a conseguir provechos personales o de subgrupos dentro de la tribu, también se producían problemas, los cuales requerían medidas urgentes para reponer el orden, dado que si ello no se lograba, la integridad y supervivencia de la tribu estaban en claro riesgo.
Tenemos así esbozado un cuadro general en el que, dependiendo del número y fuerza de factores inhibidores de la “mala conducta”, y del número y fuerza de factores proclives a la violencia y al desprecio de los factores protectores del grupo, originados a su vez en tendencias preprogramadas en cada integrante, podían materializarse en mayor o menor cuantía acciones contrarias al orden instituído.
Sin duda existen componentes de tipo genético más o menos prevalentes en una población, en cuanto a preprogramación cerebral primaria, capaces de determinar una caracterización general de las costumbres y conductas de cada sociedad, y, así, hemos conocido a través de la historia, ejemplos muy notables de pueblos esencialmente guerreros, dominadores y con fuertes inclinaciones imperialistas, en tanto que ha habido otros, que han sido marcados por tendencias más humanistas, artísticas y de gran civilidad.
Desde el punto de vista individual, cada integrante podía ir siendo caracterizado desde muy pequeño por su “perfil conductual” originado básicamente en su distribución de tendencias, que hace única a cada persona, y ello influía en la forma como esta persona se relacionaba con los demás, y con el conjunto de costumbres y normas propios de su tribu o pueblo.
Como resultado de esta particular interacción, podía aparecer un individuo muy meritorio en ámbitos especialmente apreciados, por ejemplo, un gran cazador, valiente, hábil y leal a su pueblo. Evidentemente, este individuo probablemente iría escalando rápida y sólidamente en la estructura social y de poder del grupo.
Un individuo con tendencias a la violencia y el engaño para conseguir beneficios personales, por tener tendencias que iban en contra del “bien común” debía ser especialmente cuidadoso de que estas inclinaciones suyas no fueran reconocidas por los demás, y se abstendría de concretar esas conductas de existir un gran control del orden y la justicia, y claras amenazas de castigo para esas transgresiones.
En circunstancias de relajación de la autoridad y el orden, podría ser que un individuo estuviera más dispuesto a “arriesgarse”, concretando las conductas transgresoras a que era impulsado por su cerebro primario.
De qué dependía en cada caso individual el que se concretara o no una conducta contraria al bien común?
Tal como hemos señalado en capítulos anteriores, en la toma de decisiones de cada persona, y en una circunstancia determinada, se produce una interacción (competencia) entre la influencia cerebral primaria y secundaria, la cual puede ser más o menos armónica o disarmónica, en cualquiera de sus grados intermedios. Mientras más disarmónica (o contrapuesta), más conflictos se producirán en la persona. Mientras más apremiante sea la situación, más pesará el cerebro primario, especializado en las respuestas automáticas (ver capítulo 4).
Cuando la influencia de ambos cerebros es armónica, (en que cerebro primario y secundario “opinan” en forma similar), se tomará más rápida y fácilmente una decisión de conducta más cercana al “bien común”, precisamente por estar avalada por el cerebro secundario, que ha incorporado a través de la vida de la persona la educación, los usos, costumbres y valores de esa sociedad.
En las situaciones de influencias disarmónicas, que pueden llegar a ser totalmente contrapuestas, se producirá una situación de conflicto y stress en la persona, las cuales pueden llevar a conductas de orientación variable, o a la inacción, según el peso relativo de las fuerzas en disputa.
Si se da el caso de que concurren en una persona un cerebro primario caracterizado por intensas tendencias violentas y abusivas, contrarias al bien común, y con componentes débiles en cuanto a factores protectores de la tribu y sentimientos de culpa, asociado a un cerebro secundario pobre en valores y educación, están dadas las condiciones para que, en cuanto las circunstancias ambientales sean suficientemente favorables, ese individuo proceda a concretar conductas que pueden alcanzar diferentes grados de daño y perjuicios a terceras personas, pudiendo llegar a niveles realmente extremos.
Recapitulando, desde un punto de vista más general, y tal como hemos mencionado en capítulos anteriores, la expresión de cada tendencia en un determinado individuo, depende de múltiples factores, entre los que podemos mencionar: la intensidad de una determinada tendencia, cuán contraria sea ésta a lo “socialmente aceptado”, cuán intensos sean los castigos que podrían aplicarse al infractor (factor disuasivo), y la posibilidad mayor o menor de conseguir su concreción sin ser descubierto.
Junto a lo anterior, y como poderosos disuasivos “naturales” respecto de realizar conductas atentatorias respecto de otros, hemos mencionado también los sentimientos de ¨pertenencia y ejercicio pleno de deberes y derechos dentro de la sociedad”, y la existencia de una sólida conciencia moral, la cual se basa por una parte en los elementos instintivos de protección del grupo (tendencias positivas primarias), y una importante inculcación de valores protectores de la familia, sociedad, sólida educación, etc, los cuales construyen un cerebro secundario poderoso, capaz de oponerse con fuerza a las tendencias negativas y destructoras, si éstas existen, provenientes del cerebro primario.
Así, la capacidad de contener, dañar, o incluso destruir a otro individuo, que era un recurso destinado originalmente a proteger a una determinada tribu frente a agresiones foráneas, puede pasar a constituir un factor de daño al interior de la propia tribu, cuando se vuelve contra sus propios integrantes.
De lo expresado hasta acá, comienza a resultar bastante claro cuán extrapolables son estas consideraciones, válidas para las tribus primitivas, a la sociedad más moderna de nuestros días, donde el conflicto entre las tendencias del cerebro primario y la racionalidad que trata de mantener el cerebro secundario, siguen plenamente vigentes, más allá del enorme progreso evolutivo que éste último ha experimentado a través de los años.
En las sociedades modernas, especialmente en las grandes aglomeraciones urbanas, aparece un elemento importante que favorece la expresion de las conductas delictuales: es el anonimato relativo que brinda ser uno o muy pocos dentro de una gran masa humana. Ello ocurre cuando las personas no se conocen directamente unos a otros, no llevan grabados en sus cerebros las imágenes corporales y faciales que perimitían en la antiguedad, y aun hoy en las agrupaciones pequeñas, saber quien es quien, y ejercer así un control natural sobre la conducta identificada de cada individuo.
Podemos desprender de las consideraciones anteriores que desde el punto de vista individual y social, existirán siempre elementos favorecedores de la expresión de las tendencias delictuales, así como otros que se opondrán a su concreción.
Estas consideraciones son absolutamente aplicables a la realidad de nuestros días, y los factores que acá mencionamos guardan relación directa con la realidad de “orden social” y las transgresiones delictuales modernas.
Entre los elementos o factores favorecedores del delito, desde el punto de vista social, debemos mencionar los siguientes:
1. Las grandes diferencias en nivel de vida.
Ello se percibe muy claramente cuando existen grandes diferencias entre grupos de personas en el acceso a condiciones de vida acordes con el progreso civil y tecnológico en una sociedad, que se reflejan en un acceso muy diferente a comodidades de vivienda, alimentación, medios de transporte, trabajo bien remunerado, acceso a instancias de diversión y entretenimiento, hermosos lugares de vacaciones, viajes, etc., especialmente si hay gran ostentación y lujo en este “hacer patente” el hecho de tener un gran éxito en la vida, a la vista de otros (que en teoría deberían tener los mismos derechos), cuya realidad es especialmente contrapuesta por lo limitada en todo este tipo de posibilidades.
2. La percepción de que las oportunidades de realización personal están muy injustamente distribuídas, de manera que importantes grupos humanos no tienen acceso a sistemas educativos, laborales, de salud, vivienda, etc., que les permitan competir en igualdad de condiciones con aquellos que tuvieron a su disposición, y desde el nacimiento, claras ventajas comparativas.
Este es un caldo de cultivo especialmente efectivo para estimular las conductas delictivas, puesto que muchas personas sienten que sus derechos y oportunidades les han sido injustamente negados.
Rápidamente pierden los sentimientos de pertenencia al grupo social, comienzan a organizarse en subgrupos de reacción y resistencia, que muy fácilmente derivan en conductas rebeldes frente al orden general que la sociedad ha instituído y pretende preservar.
Acá está el germen del fenómeno de Desintegración Social, elemento especialmente peligroso, puesto que marca tendencias sociales muy profundas y muy difíciles de revertir en el corto o incluso mediano plazo.
3. La relajación en las medidas preventivas y coercitivas destinadas a desalentar la comisión de delitos, fundadas en la errada percepción de que un trato muy “humanitario” al delincuente lo hará reflexionar a la hora de decidir si transgrede o no la ley, cuando el efecto de ello es en general el contrario.
4. El hecho de que aumente el número de hechos abusivos y violentos, va entrando en una espiral de autopotenciación en la medida que el delincuente ve que sus actos no son castigados en proporción a la falta cometida. Esta situación es especialmente favorecedora del delito, pues si las tasas delictuales aumentan, las cárceles comienzan a agotar su capacidad, lo cual fuerza cada vez más al sistema judicial a ir seleccionando sólo los casos más graves como meritorios de reclusión, y el porcentaje de la población que no delinque (cada vez menor) observa con estupor cómo la delincuencia comienza impunemente a apropiarse de los espacios públicos e invade cada vez más, y más violentamente, los privados, al mismo tiempo que sus acciones delictivas van quedando cada vez más exentas de sanciones.
5. La percepción general de que la autoridad es abusiva y no respeta ella misma el orden que oficialmente aparece defendiendo (corrupción), es un factor de gran desaliento en la masa, que observa como moralmente debilitada o injustificada su propia “obligación” de respetar cualquier orden.
6. La prevalencia de altos índices de intoxicación por alcohol y otras drogas, especialmente aquellas más dañinas (que normalmente son las más baratas), lo cual consituye un elemento especialmente gravitante en favorecer el bloqueo de las tendencias protectoras y la actividad frenadora que el cerebro secundario pudiera oponer a las tendencias primarias de lograr beneficios a costa de vulnerar los derechos ajenos.
7. La clara relación existente entre juventud, competencia por derechos de apareamiento y status, que hace especialmente proclives a los adolescentes y adultos jóvenes a cometer delitos para obtener fácilmente ventajas comparativas, frente a sus pares y al resto de la sociedad.
Recapitulando, cuando los factores ambientales preponderantes son los de la Desintegracion Social, la postergacion y abandono de importantes grupos ciudadanos, sumados a una débil defensa de los derechos de las potenciales victimas, las condiciones estarán dadas para que un mayor número de individuos opte por el delito.
Desde un punto de vista individual, en el balance de la interacción de factores generales que inciden en la prevalencia de actos delicitivos, intervendrán:
1. Fuerza relativa de los instintos primarios (tendencias).
2. Fuerza relativa de la conciencia moral (tendencias protectoras más crianza y educación).
3. Existencia de una firme percepción de pertenencia a distintos entes sociales (positivos y negativos).
4. Existencia de oportunidades de desarrollo personal, que fortalecen las conductas de respeto frente al sistema y a los demás.
5. Organización, fortaleza y alcance del régimen preventivo-coercitivo-penal, destinado al desaliento y castigo de los actos delictivos.
Finalmente, una consideración sobre la efectividad de los sistemas de rehabilitación.
Los programas de rehabilitación relativos a delincuencia y drogadicción, en distintas partes de mundo, han tenido siempre resultados muy relativos. En general dependen de que en cada individuo no exista un gran desbalance entre la intensidad de las tendencias proclives a las drogas o al delito, y los factores protectores innatos y educativos con que se refuerce la capacidad de cada persona de oponerse a esas tendencias.
En todos los casos en que esas tendencias sean muy intensas, las posibilidades de rehabilitación serán siempre mucho menores, especialmente si desde el punto de vista social la alta prevalencia de delitos y drogadicción pasa por si misma a constituir un factor que actúa como ejemplo que favorece esas conductas.
En aquellos casos en que los involucrados sean personas jóvenes, si existe un cerebro secundario aún receptivo y moldeable, capaz de oponerse a las tendencias primarias, y capaz de valorar los beneficios de una conducta responsable, las posibilidades de rehabilitación serán sin duda mucho mejores.
Jorge Lizama León.
Santiago, septiembre 2009.