Capítulo 16: La Conciencia y el Supervisor.

Capítulo 16: La Conciencia y el Supervisor.

El único portal que tenemos disponible para acceder a nuestra experiencia existencial, es nuestra conciencia, pues sólo a través de ella somos capaces de lograr nuestra ”percepción-sensación de realidad”, y de reconocer la existencia del ”mundo”, y de ”nosotros” insertos en este mundo.

En el capítulo 7 de este trabajo realizamos, hace ya años, un primer ejercicio de caracterizar, de un modo tentativo, cómo vivimos la experiencia de ser concientes, y cuales serían los requisitos básicos para lograr este objetivo. Trataremos en este capítulo de seguir avanzando en este tema y en otros directamente relacionados, todos los cuales son factores primordiales en la determinación de la conducta humana.

Cuando decimos “nosotros insertos en este mundo”, nos referimos a esa sensación compleja de estar (existir), simultáneamente de modo físico y psíquico en un entorno, formando parte, pero al mismo tiempo separados, de él. Esta sensación compleja es lo que nos provee (y al mismo tiempo constituye) nuestra conciencia.

Tenemos conciencia de percibir múltiples estímulos provenientes tanto del mundo externo a nuestro cuerpo, como desde nuestro propio cuerpo, todo lo cual nos aporta el fundamento de nuestra convicción de existir en un espacio y en un tiempo.

Esta convicción se nos da naturalmente, no sólo en base a esas percepciones y sensaciones, sino que al hecho de que todo ello va acompañado de una capacidad trascendente, cual es la de comprender la significación y los posibles alcances témporo-espaciales de esa existencia.

Este cuadro, expuesto así, constituye un esbozo de nuestra “realidad” como humanos, el nosotros y nuestro entorno, y tradicionalmente ello ha sido entendido por muchas personas, como un hecho “evidente” que no requiere mayor cuestionamiento.

Desde hace algún tiempo, sin embargo, el incansable afán de comprenderlo y manejarlo todo, que se da muy intensamente en algunas personas, apoyadas en un progresivo desarrollo científico y tecnológico, cada vez más potente y veloz, ha impulsado a un número de estudiosos a tratar de avanzar en el esclarecimiento de los fenómenos relativos a la conciencia, lo cual plantea, por su extraordinaria complejidad, un desafío mayúsculo. (Y que por esta misma dificultad, resulta especialmente atractivo).

El problema de explicar cómo es posible que se produzca esa sensación subjetiva (qualia) que experimentamos al ver un color, sentir un sabor, un olor, una textura, todo lo cual va acompañado de un componente valórico que puede llegar a ser muy significativo, (atractivo o repulsivo), es una interrogante que históricamente ha interesado a un buen número de filósofos y científicos.

Esta interrogante ha sido descrita por David Chalmers como ”el problema difícil de la conciencia”. Ello para diferenciarlo de los ”problemas fáciles” (o menos difíciles), que serían los relativos , entre otros, a los mecanismos neurales involucrados en la conciencia, que permiten la discriminación, la integración de información, la capacidad de acceder a estados mentales internos, el control deliberado del comportamiento. Por cierto, no todos los filósofos dedicados al tema comparten esta distinción, como por ejemplo Daniel Dennett y Patricia Churchland, quienes han expresado (o expresaron) sus discrepancias en este tema.

No pretenderemos en estas líneas buscar una respuesta al problema difícil, porque dado su carácter absolutamente subjetivo, posiblemente resulte inabordable utilizando los recursos actuales de la ciencia y la tecnología.

A lo que podemos abocarnos es a realizar una descripción básica de cuales son los requerimientos a cumplir por parte de un sistema neuro-mental como el del humano, que permita un desempeño como el que le conocemos, y hacer mención de las teorías que nos parecen más sugerentes (de entre las muchas actualmente postuladas por distintos autores), para explicar el fenómeno de la conciencia.

En esta línea, quiero analizar, con un poco más de profundidad, esta interrogante: dónde, desde un punto de vista físico-biológico, se originan los procesos mentales, la conciencia y sus elementos constitutivos: las sensaciones, las percepciones y los pensamientos?

A lo largo de los muchos años transcurridos durante el siglo diecinueve, veinte, y lo que va del veintiuno, se ha considerado, en general, en el ámbito científico, que la actividad electroquímica del cerebro, a través de la cual interactúan las neuronas unas con otras, sería la base de esta actividad mental. (Tal vez porque esos procesos electroquímicos eran la única actividad que la tecnología disponible permitía detectar).

Sin embargo, basta reparar en la velocidad con que nuestro cerebro-mente es capaz de realizar procesos multifactoriales complejísimos, donde ni aún con el avance de la computación y la inteligencia artificial que nos invade, se ha podido desarrollar al día de hoy una máquina capaz de superarnos en ciertos desempeños específicos, incluidos hechos del día a día que nos pueden parecer absolutamente triviales.

Como un ejemplo de lo anterior (entre muchos otros que podrían mencionarse), está una situación que se repite mucho, como es lo que ocurre en una reunión social, en que de pronto, frente a cualquier comentario realizado por alguno de los presentes, alguien reacciona, en una fracción de segundo, con una respuesta ingeniosa, punzante, y muy creativa, que produce gran sorpresa y risa entre los asistentes.

Cualquier persona podría preguntarse cómo alguien puede, en un lapso tan infinitesimal de tiempo, “crear” una idea tan ingeniosa.

Este tipo de proceso mental tan elaborado y lleno de intención, que se concreta a una velocidad sorprendente, utilizando una gran variedad de recursos, donde se incluyen entre otros memoria, imaginación, y gran potencia de procesamiento, sólo hemos podido observarlo como producto (espontáneo y propio de algunas personas, más que de otras), de la mente humana, y nunca de un computador, por potente que sea.

Una reacción así, tan rápida, que emana de un proceso multifactorial, resulta difícil de interpretar como un producto de interacciones electroquímicas secuenciales entre neuronas, sino que más bien hace pensar en un sistema totalmente integrado que funciona “in toto” y “a la velocidad de la luz”, capaz de presentar en un instante un concepto de gran creatividad, sin mediar esfuerzo voluntario alguno por parte de su autor.(“simplemente se me ocurrió”).

Sólo un sistema que esté en una condición totalmente “activada”, con todos sus recursos instantáneamente disponibles, podría ser capaz de responder a la velocidad que observamos en el humano.

Esta capacidad de respuesta creativa, que refleja la potencia adaptativa a distintas situaciones que pueden enfrentar los seres humanos, unos más que otros, per se, pero también relativas al contexto de que se trate, es lo que en general conocemos como inteligencia. Sin duda la inteligencia humana es una capacidad compleja, que no se puede, como se ha pretendido, dimensionar directa y simplemente con un test único, pero que , más allá de cómo queramos medirla o calificarla, tiene siempre un elemento distintivo: un componente emocional significativo, una intencionalidad que le confiere un valor que va más allá de lo puramente conceptual. Hasta ahora, el humano no ha sido capaz de dotar de este componente valórico (emocional) a ninguna máquina de su creación.

Dicho lo anterior, podemos retomar nuestro objetivo puntual, que consiste en explicar cómo podrían generarse y funcionar, cualquiera sea su naturaleza, los procesos mentales requeridos para la aparición de la conciencia, y sobre el cual han surgido variadas teorías, algunas de carácter más bien especulativo, que evitan adentrarse en los posibles mecanismos íntimos de funcionamiento de las estructuras cerebrales involucradas.

Entre ellas, (aportadas por distintos autores), podemos mencionar: la Teoría de la Información Integrada, la Teoría del Espacio de Trabajo Global, la Teoría del Procesamiento Recurrente, y las Teorías de Reentrada y Procesamiento Predictivo. Todas contienen elementos que podrían, a futuro, ser aportes importantes, y están disponibles en detalle en internet, de modo que no nos adentraremos acá en su descripción.

A diferencia de aquellas, existe otra teoría, caracterizada por un enfoque más “aterrizado”, que postula que la actividad mental no se genera a través de la actividad electroquímica neuronal, sino en base a procesos de naturaleza cuántica a nivel de estructuras intra neuronales, como son los microtúbulos. (que también están presentes en muchas otras células, y cumplen funciones trascendentes de variado tipo en ellas, como la mantención de su estructura, y participan directamente en los procesos de multiplicación celular).

Esta teoría, la Reducción Objetiva Orquestada, cuyos autores son Stuart Hameroff y Roger Penrose, al postular la existencia de procesos cuánticos, tiene el mérito de plantear que la conciencia podría estar basada en un sistema carente de límites en su velocidad de intercomunicación y procesamiento, lo cual resulta más acorde a lo que logra, en la práctica, nuestro desempeño mental. Por cierto, siendo una teoría, podrá o no, con el tiempo, resultar probada científicamente.

Otros autores han mencionado, por su parte, que fenómenos de naturaleza electromagnética (campos efápticos), podrían participar en la generación de la conciencia.

Así, la existencia de tan numerosas como diversas teorías que intentan explicar el fenómeno de la conciencia, nos muestra que éste es un tema frente al cual la ciencia tiene aún mucho camino por recorrer. Avanzar hacia la identificación de las estructuras cerebrales específicas y los mecanismos efectivamente involucrados en la generación de los procesos mentales inconcientes y concientes sin duda será una cruzada larga y compleja.

No obstante ello, podemos plantear, desde un punto de vista teórico, cómo podría ser la “arquitectura” del entramado de procesos mentales requeridos para la aparición de la conciencia. Al respecto, en mi opinión, para que un humano logre tener la poderosa y ricamente poblada conciencia que cada uno de nosotros experimenta, es necesario que exista primero un sistema de procesos mentales complejos y muy elaborados, totalmente inconcientes.

Como un producto específicamente adaptado -para ser percibido y comprendido por el “yo”*- (ver más adelante), a partir de esa actividad inconciente, se generarían los procesos concientes. La conciencia vendría a ser, respecto de los procesos inconcientes, como la punta de un iceberg, en que sólo vemos lo que sobresale del agua, o, para hacer otro paralelo, la relación entre los contenidos visuales y auditivos a que se accede a través de un computador, respecto del software que utiliza el equipo para generar esos contenidos, correspondiendo el procesamiento de ese software a los procesos inconcientes.

La conciencia es, entonces, la “pantalla” que nos permite acceder a nuestra versión del mundo.

Como en este mundo no somos sólo espectadores, sino que también actores, debemos avanzar en la descripción de los factores que participan en condicionar nuestro proceder, entre los cuales es muy relevante tratar de caracterizar cómo es que tomamos nuestras decisiones. Al respecto, hay 2 aspectos muy significativos a precisar: cuan concientes y cuan libres somos al decidir.

Hemos aludido en los capítulos previos a que, en general, los humanos tomamos decisiones influidos por nuestro cerebro más instintivo (primario) y/o nuestro cerebro más racional (secundario), y que la conducta que resulta finalmente es un producto que puede provenir de la influencia de ambos, o en que uno de ellos ha pesado más (o mucho más) que el otro.

No está de más insistir en que cuando las circunstancias son más apremiantes, es nuestro cerebro primario el que comanda la toma de decisiones, y por tanto éstas son menos racionales. (Y podríamos proponer que menos concientes)

Nos interesa recalcar, en relación a la conciencia, que ésta está constituída necesariamente por la presencia (existencia) de un protagonista y de su entorno: el yo, (the self), y su mundo. (En el capítulo 7: el observador y lo observado), siendo el observador quien en un primer análisis debería ser el ente encargado de decidir cuando y cómo reaccionar o responder ante cada estímulo que se le presenta. Sin embargo, al parecer, este asunto no opera tan simplemente, pues al respecto, podemos citar varias interrogantes, todas sin una respuesta clara y confiable:

Qué es “real y exactamente” quien piensa y decide?

Qué es (qué define, cómo se genera) ese “yo” que siente, ese “yo” que comprende?

Qué hace que ese “yo” sea capaz, a veces, y sólo a veces, de anticipar racional y/o intuitivamente las consecuencias de una determinada decisión?

En la mayoría de las circunstancias de la vida, tal como se describe en el capítulo 14 ”La Naturaleza Etérea de la Mente”, nuestro cerebro-mente funciona por sí mismo, y ante cualquier problema o interrogante, nos presenta, tras una fracción de segundo, una o más alternativas de respuesta o acción. (O incluso puede haber casos en que nuestro cerebro toma directamente el comando y nos hace actuar antes de que siquiera nos demos cuenta, como por ejemplo, cuando vamos conduciendo por un camino o carretera, y nos sorprendemos frenando, incluso antes de que hayamos tenido conciencia clara, de la aparición de un obstáculo o peligro).

Sólo en algunos casos, entonces, esta ”sugerencia de respuesta o acción”, que recibimos en nuestra conciencia como un producto ”ya procesado”, la podemos sopesar en su mérito (cerebro secundario), y/o en su potencia seductiva (cerebro primario), para recién entonces decidir una respuesta concreta.

De todo lo anterior podemos empezar a intuir que ”nuestra participación” (la de nuestro yo que siente, piensa y comprende concientemente), es realmente marginal en muchas ocasiones, y que sólo llega a ser de mayor importancia y trascendencia en aquellos casos en que enfrentamos un problema con tiempo, lo meditamos con calma, y utilizamos todas las herramientas que nos da nuestra experiencia y los conocimientos bien fundamentados que hayamos podido adquirir en la vida.

En el resto de las ocasiones, nuestras decisiones tendrán un componente instintivo-emocional que puede llegar a ser lo más determinante.

Es tal la capacidad que tiene nuestro cerebro-mente, de engañarnos, que muchas veces damos por hecho que siempre que tomamos buenas decisiones, respondemos bien preguntas difíciles, u obtenemos buenos resultados con nuestro actuar, ello es mérito directo del accionar totalmente conciente de ”nuestro yo”.

Por el contrario, cuando el resultado de nuestra decisión nos es adverso, nos cuestionamos duramente “qué fue lo que nos hizo” actuar de esa manera.

Descansamos en la facilidad que nos brinda el trabajo autónomo de nuestro cerebro-mente, para actuar, en la mayoría de los casos como simples supervisores de procesos de toma de decisión que se nos ofrecen, (sin ser originalmente “nuestros”?), como alternativas más o menos lógicas, y las cuales sólo debemos aprobar y ejecutar, en tanto que en otros casos, más triviales, operamos simplemente como “organismos en modo automático”, sin ejercer supervisión alguna.

Sólo cuando logramos realizar una adecuada evaluación, y actuamos tras un proceso reflexivo bien fundamentado en consideraciones más racionales que emocionales, es que estamos verdaderamente actuando con lo que para mí debe ser entendido como “libre albedrío”, lo cual ocurre, sin duda, en una minoría de los casos.

A pesar de esto, funcionamos normalmente con la convicción de que estamos decidiendo “libremente”.

El concepto de plena libertad al tomar decisiones es complejo y engañoso, al mismo tiempo que muy proclive a generar interpretaciones disímiles , debido a su intrínseca ambigüedad.

Cuando pienso y/o digo “estoy actuando libremente”, puede que me esté refiriendo a libre de algo, (por ejemplo, de mis propios prejuicios), o libre para algo. (para realizar algo que podría no ser aceptable para otros).

Además, como humanos, percibimos todo el curso de nuestra actividad mental conciente, impregnado de emocionalidad valórica, originada en nuestro cerebro primario, y tenemos una tendencia instintiva a inclinarnos en favor de lo que esa emocionalidad nos presenta como más atractivo, (incluso cuando en base a nuestra racionalidad deberíamos preferir exactamente lo contrario).

En este tipo de consideraciones están basados diversos enfoques de publicidad, y también aquellas técnicas de engaño por vía telefónica, que utilizan la “debilidad” de algunas personas, (capítulo 4, Tendencias Primarias) para verse tentadas por ofertas que les aparecen como “extremadamente” atractivas, al punto que las hacen perder la capacidad de evaluar adecuadamente el resto de la información que reciben, que sugiere claramente que la llamada podría ser un engaño.

Resulta muy fácil sentirnos tentados a considerar que cuando estamos prefiriendo aquello que emocionalmente deseamos más, es cuando estamos actuando con más libertad, y nos sentimos “injustamente impedidos” de ejercerla, si es que alguien o algo se opone a nuestros deseos.

El lograr un análisis más racional frente a cada problema, interrogante o desafío relevante que se enfrenta, y actuar conforme a él, debería ser un objetivo prioritario para aquellos que se interesen en reforzar su crecimiento como personas.

Ello es más fácil de lograr, en la medida que se incorpore en el análisis, el hecho de que siempre estamos influidos por un componente emocional que muchas veces intentará hacernos tomar decisiones que realmente no nos convienen.

En otras palabras, debemos tratar de ser capaces, en la medida de lo posible, de ser los mejores supervisores de nuestro actuar.

De las distintas consideraciones expuestas hasta acá, podemos deducir lo complejo que resulta determinar cuales fueron los factores que participaron, y con qué relevancia cada uno, en cada decisión que motivó un determinado comportamiento. Ello tanto si uno analiza la conducta de otras personas, como la propia. A pesar de que en este último caso, uno presupone que podría tener más información “de primera mano” para saber porqué, en último término, actuó de una determinada manera, hemos podido observar que en la práctica, muchas veces no encontramos respuesta.

El presente capítulo ha tenido como objetivo general seguir avanzando en el análisis de los distintos factores que participan en la determinación del comportamiento humano, tan extremadamente interesante por lo complejo, lo creativo, o lo insólito que puede llegar a ser, como muchas veces nos toca observar. Por cierto, esta cruzada no tiene (ni probablemente tendrá nunca) un término, lo cual es bueno, pues no debemos engañarnos creyendo que llegar a la cumbre será siempre más importante que recorrer el camino que nos podría llevar a ella.

Santiago, marzo 17 de 2025.