Cada persona ve y analiza el mundo de una forma propia y única.
Este es el origen de los gustos y las opiniones.
Es como que cada uno de nosotros naciera con un filtro que le hace percibir y analizar la realidad de un modo particular, distinto e imposible de comparar con el de los demás.
Sin duda la experiencia personal de cada uno influye modulando nuestras apreciaciones, pero ello no cambia el que nuestra forma personal y única de ver, asimilar y “sentir” el mundo, tanto exterior como interior, termine siempre constituyendo el factor más importante que determina nuestra percepción y nuestra conciencia, y, consecuentemente, nuestra conducta.
El origen de este “filtro” personal está dado por la particular conformación y funcionamiento del cerebro y los demás órganos de cada persona.
Esta particular conformación orgánica está determinada en su origen por la carga genética que cada persona ha heredado.
Sin embargo, por motivos que aún no comprendemos cabalmente, dado que el avance científico y tecnológico aún no nos lo permite, aún cuando la información genética pueda ser muy parecida o incluso teóricamente idéntica (gemelos monocigotos), pareciera que el resultado orgánico tiene siempre diferencias.
Tradicionalmente se ha atribuído mucha importancia a la influencia del medio ambiente en la conformación del “carácter”, como factor que se une al “temperamento”, de origen biológico-hereditario, para determinar la “personalidad” de cada individuo.
Se ha llegado en algunas corrientes científicas o seudo científicas a la pretensión de que es posible, si se parte entrenando y adoctrinando a personas desde muy temprana edad, influir a tal punto en su desarrollo físico y mental que es posible lograr con ellas cualquier producto, por ejemplo eximios artistas, soldados, jueces, etc.
No puedo sentirme más contrario de esta forma de pensar. Desde ya me parece que esto nunca ha podido lograrse, más allá de causar a las pobres víctimas de estos experimentos verdaderos tormentos y traumas de consecuencias bastante espantosas.
Todo parece indicar que el “filtro” con que nacemos es el factor de mayor preponderancia.
Un hecho que me parece relevante es la inmutabilidad de este filtro a lo largo de la vida de las personas.
En el saber popular es típica la caracterización individual, como un ejercicio recurrente que produce una rara satisfacción.
“Yo ya se que tipo de persona es este individuo: es un ladrón y estafador, es absolutamente deshonesto, ten cuidado con él, puesto que si puede se va a aprovechar de ti. Y no le creas si te dice que ha cambiado, esta gente no cambia nunca”
Esta típica frase de caracterización negativa de una persona se habrá repetido millones de veces en la historia humana, todos la hemos oído seguramente más de una vez.
Como expresé en la primera parte de estas reflexiones, las personas normalmente cuidan el mantener una apariencia que sea aceptada y bien recibida por los demás. El grado de preocupación o intensidad de esta actitud de mantener una buena imagen frente a los demás también pareciera estar determinado genéticamente, siendo extremadamente importante para algunos, y menos para otros.
Así, para muchos no es importante si sus principios y valores (o falta de ellos), están en concordancia con sus actos, puesto que prefieren privilegiar determinada decisiones con miras a una conveniencia pragmática para la obtención de beneficios concretos.
Para otros, sus principios y valores tienen una importancia tan relevante que los anteponen a su conveniencia inmediata, a cualquier precio, incluso arriesgando la propia vida, en casos extremos.
Así, las personas pueden resultar fáciles o difíciles de ser “encasilladas” en alguna categoría , ej. personas claramente honestas o deshonestas, francas y directas, o ladinas y simuladoras, especialmente esto último cuando lo que realmente piensan y sienten no es lo “correcto” o lo “socialmente aceptado”.
Más allá de la mayor o menor consecuencia entre el “pensar” y el “actuar”, cuya variabilidad nos impide un análisis más simple de la conducta humana, al mismo tiempo que lo hace más interesante, pareciera que las determinantes en las tomas de decisiones tienen un componente instintivo e inconsciente muy importante, el cual se expresa en su forma más pura mientras mas apremiante sea la situación en que se encuentra un individuo.
Así, ante situaciones extremas, como terremotos, incendios, asaltos, accidentes del tránsito con heridos graves, etc, aparecen las respuestas más “puras” del individuo, y vemos actos heroicos, cobardes, egoístas, altruistas, revanchistas, etc.
Se expresan así las tendencias naturales de los individuos, que son propias y distintas en cada uno, y que normalmente, cuando no concuerdan con “lo socialmente correcto, deseable y aceptable” son mantenidas en reserva en las situaciones normales del diario vivir. Esto no significa que porque se oculten no estén ahí y no se expresen en forma encubierta o más o menos secreta.
Comenzamos a entrar acá a un tema de la mayor relevancia: cuales tendencias y conductas del ser humano son “sanas”, “normales”, “naturales”, “patológicas”, “socialmente aceptables o inaceptables”, etc,.
Cual es el origen de estas tendencias, y cuánto control tiene el ser humano para decidir libremente sobre si seguir sus tendencias o instintos, cuando y cuanto refrenarse si son objetadas o condenadas socialmente, y por cierto, cuánta es su responsabilidad respecto de su conducta final, son interrogantes de la mayor trascendencia.
Basados en la idea del libre albedrío pleno, que desde ya adelanto que me parece utópica e irreal, cualquier individuo puede ser declarado con “discernimiento” y “responsable” de sus actos si determinados especialistas dictaminan que no está loco o demente, y supera determinadas pruebas a que es sometido.
“Es capaz de distinguir el bien del mal, puede ser juzgado y condenado”.
Qué pasa si de nuestros estudios e investigaciones empezamos a concluir que en realidad el ser humano no es “tan” libre para juzgar y decidir en cualquier situación?
Que pasaría si en el conocimiento humano comienza a ser cada día más aceptado el hecho de que las “tendencias”, unas más apremiantes que otras, como las sexuales, las religiosas, a la defensa de la “justicia”, al respeto de los derechos ajenos, a la drogadicción, etc, tienen una base genética y cerebral sobre la cual la persona no tiene completo control, y de las cuales no es capaz de deshacerse aunque ese sea su deseo racional?
Podremos seguir considerando como el más correcto y apropiado el esquema judicial por el que nos regimos?
Debemos seguir considerando los actuales sistemas de prevención de delitos, protección de posibles víctimas, de rehabilitación, etc., como los más apropiados y válidos a la luz de esta nueva interpretación de la conducta humana?
En la medida que avancemos en la investigación del funcionamiento cerebral y la conducta de las personas, cuyo estudio recién comienza a estar disponible con la tecnología a nuestro alcance en este siglo 21, debemos estar preparados para comenzar una completa reinterpretación de las motivaciones y determinantes de la conducta humana.
La cantidad de información ya disponible es enorme, y los trabajos sobre estos temas llevados a cabo por miles de investigadores en todo el mundo están abriendo nuevos caminos, que espero puedan conducir a la especie humana hacia una realidad más objetiva y consecuente, más libre de mitos, de mejor calidad de vida para todos , incluída una mejor protección tanto para los potenciales agresores como los potenciales agredidos.
Jorge Lizama León
Santiago, Chile, enero 2006.